miércoles, 28 de marzo de 2012

Crónicas de Valtu. (3ª aventura. Parte I)

Trece días habían pasado desde la batalla en Arathi. Valtu no había salido de casa desde entonces, sus ahorros comenzaban a escasear. Se levantó a mediodía y bajó las escaleras de su dormitorio al salón-librería. Atravesó lentamente el salón hacia el patio. En la entrada de la casa se paró y contemplo aquel pasillo estrecho lleno de ratas, apartó una con el pie, suspiró y siguió caminando.Al entrar en la tienda de curiosidades que separaba el pequeño corral de la calle, levantó la mirada para saludar a su casero y encontró una cabeza rosa, con unos ojos curiosos mirándole fijamente a menos de un palmo de su rostro.
Valtu frunció el ceño y miró a Quincy, su casero y dueño del local "La Dama Misteriosa", una mezcla entre taberna y tienda de antigüedades.

- ¿Otro animal disecado Quincy? - dijo mientras levantaba un brazo para tocar el enorme animal.

- No está disecado - Contestó el estrafalario casero con tono rimbombante.

Valtu observó de cerca la cara del animal que no se movía y lo observaba desde arriba, era mucho más alto que él y de un color rosa chillón, casi fosforescente, lo inspeccionaba esperando que se moviese algo en él.

- Esto está disecado, seguro.- Sin haber terminado la frase el enorme zancudo rosa cobró vida de golpe y se puso a hurgar en la barba roja del enano con el pico.

Valtu se sobresaltó.

- Animal del demonio, ¡suéltame! - Dijo el enano mientras empujaba la frente del animal sin conseguir separarlo de su barba. - ¡Shu, shu! ¡Sape bicho!- gritaba mientras agitaba las manos en el aire para intentar espantarlo.

El zancudo ignorando los gestos del enano continuaba inspeccionando a Valtu de arriba a abajo. Ahora hurgaba en el pelo que llevaba en las enormes hombreras de piel.

Valtu suspiró y miró a Quincy que sonreía con una de esas sonrisas socarronas de superioridad. Quincy era un hombre extrañamente estrafalario llevaba chistera y una elegante chaqueta de smokin pero al mismo tiempo llevaba chanclas y bermudas. Su tienda no se quedaba atrás en peculiaridad en ella podías encontrar desde dientes de dragón hasta todo tipo de animales disecados o tótems tauren.

- Quítamelo Quincy, no estoy de humor. - Dijo Valtu meneando la mano hacia el animal para espantarlo.

Quincy sacó un arenque ahumado de una de sus cajas de hielo y se lo mostró al enorme zancudo.
El animal se puso tieso mirando atentamente el arenque con los ojos muy abiertos y la lengua fuera como un perro. Seguía con la cabeza el leve balanceo del pez que colgaba en la mano de Quincy.

- Es un animal muy especial, ¿sabes?- Dijo Quincy tras el mostrador del local.

- Pues no parece muy inteligente- Le espetó.

Quincy tiró el arenque hacia el enorme zancudo y el animal lo atrapó en el aire.

- Admitelo, No es más que un flamenco gordo.- Dijo Valtu mientras miraba la leche de Elwynn menearse dentro de la botella que Quincy acababa de dejar sobre el mostrador.

- Es mucho más que eso, no es muy inteligente, es cierto, pero es el más rápido entre los zancudos, de eso no hay duda. - explicó Quincy mientras ponía el vaso en el mostrador y servía la leche - Es el más fiel, en su cabeza me parece que cree ser un perro. Pero eso no es más que una cualidad ¿No crees? -

Valtu miró al extraño tabernero mientras se arreglaba las trenzas de la barba.

- No estoy muy seguro de si será una cualidad o más bien una tara - dijo mientras terminaba de entrelazarse el pelo.

- Oh y además es tuyo -

- ¿Como? - Dijo Valtu sorprendido.

- Vamos viejo amigo, llevas días sin salir de ese cuartucho que te he alquilado. Debes volver a salir a coger tus gemas, no te queda mucho dinero y han venido muchos clientes preguntando por tus tallados. Además, en el tiempo que has estado ahí dentro la gente de tu hermandad ha tenido problemas serios con la hermandad de asesinos de ventormenta. -

Valtu levantó la vista del vaso y miró fijamente a Quincy con gesto enfadado.

- ¿Que problemas? -

- Pues al parecer se han concedido ciertos trabajos a Riplay y Leahn que debían ser para la hermandad de asesinos. Han atacado a varios de tus compañeros en estos últimos días. -

- Hum, eso no puede ser. - Apuró el vaso de leche y se limpió los restos de la barba con la capa. - Iré a hablar con Ykarilla inmediatamente.

Se dirigía a la puerta cuando entraron un par de hombres vestidos de negro, con un pañuelo tapando su rostro.

"La hermandad de asesinos" pensó Valtu para si.

- ¿Que se les ofrece caballeros? - Dijo Quincy como si no pasase nada.

Un tercer hombre del tamaño de los dos anteriores juntos entró al local. Quincy agarró el trabuco enano que tenía bajo el mostrador y Valtu puso una mano sobre la empuñadura de la maza con aire distraído.

Uno de los dos primeros sacó un trabuco y apuntó a Valtu.

- Os habéis metido donde no os llamaban, tu y tu hermandad vais a tener problemas - Dijo el segundo hombre dando un paso hacia él.

De pronto una figura salió de la sombra de una esquina, tras el más grande de los tres, una figura oscura con forma de huargen. Desgarró con su zarpa la garganta del más voluminoso de los tres y volvió a desvanecerse.
El hombre en pánico, las heridas ni siquiera le permitían gritar, se puso las manos en lo que quedaba de su garganta y cayó contra el marco de la puerta, resbalando lentamente hasta caer al suelo, la sangre salia entre sus dedos mientras sus ojos se volvían vidriosos.

- ¡Maldito! - El primer hombre apuntó su trabuco hacia Valtu e inmediatamente recibió un disparo de Quincy en la cabeza, tumbándolo de espaldas.
Al tiempo que esto sucedía Valtu cogió su maza y la lanzó contra el último hombre en pie rompiéndole la nariz y gran parte de su dentadura.

De las sombras volvió a salir Leahn, un huargen pícaro miembro de su hermandad.

- Matones - Dijo mientras se ponía de cuclillas y cogía por la pechera al tipo con la cara rota. - ¿A cuantos más vais a molestar ? ¿eh?-

Le lanzó bruscamente contra el suelo, la cabeza golpeó con un ruido sordo las tablas de madera del local.

- Valtu, tenemos problemas. - Dijo el pícaro - Debo ir a Uldum en busca de Astharott, tu avisa a Ykarilla y a los que han ido con ella. -

- Pero ¿a donde han ido?- Dijo Valtu mientras recogía su maza con restos de carne en ella.

- Se dirigían hacia el puerto de Menethil en los humedales para pasar al continente de Kalimdor desde allí. -

- Hum... ¿porque a Kalimdor? -

- Hasta que esto no se resuelva los reinos del este son muy peligrosos para nuestra hermandad, buscaremos refugio en Darnassus hasta que todo se aclare, allí la hermandad de asesinos no tiene ninguna jurisdicción. El problema es que han conseguido nuestra ruta, no se como, pero saben por donde se están moviendo y donde harán sus paradas y sus reabastecimientos, están en serio peligro y lo peor de todo es que no lo saben.-

- Está bien - Dijo Valtu mientras terminaba de meter algunas de sus cosas en las bolsas. - Me pongo en camino. -

Se ajustó las bolsas al cinturón y se dirigía a la puerta. Miró hacia el local con ánimo de añadir algo más pero Leahn ya había desaparecido entre las sombras.

- Si todavía andas por aquí, ten cuidado amigo. No se cómo voy a llegar a tiempo, voy a tener que correr. -

- El más rápido de los zancudos amigo, el más rápido - Dijo Quincy mientras sostenía una collera para zancudos en la mano.

Valtu suspiró, dio la espalda a la puerta, recogió las riendas del animal y se las colocó en la cabeza.

- ¿Como se llama el bicho?- Dijo mientras se dirigía a la puerta tirando del animal y arrastrando los pies como un niño que no quiere ir a la escuela.

- Piruleta - Dijo Quincy con una sonrisa burlona mientras tiraba de las piernas de uno de los asesinos y lo llevaba hacia el corral.

- Oh Dios...- Fue lo último que Valtu dijo antes de salir por la puerta.

Una vez en la calle murmuró para si:

 - Espero que esto no te traiga muchos problemas amigo -

Caminaron por el borde del canal hasta la entrada al barrio de los enanos, lo atravesaron y se dirigieron al túnel del tren gnómico que atravesaba el subsuelo desde Ventormenta a Forjaz. El modo más rápido de llegar a la ciudad enana. Piruleta seguía a Valtu fascinado por la punta de su trenza que se meneaba  como un péndulo. De ves en cuando intentaba atraparla de un picotazo.

Entraron en el túnel y se dirigieron al vagón central. Piruleta había cambiado la punta de la trenza por el pelo que llevaba en el borde de la capucha, se entretenía planteándolo y desordenándolo.

Durante el trayecto Valtu iba revisando sus bolsas, metía la mano y repasaba los objetos mentalmente. Después el enorme zancudo rosa hacía lo mismo metiendo el pico en cada bolsa y chupeteando con su lengua cada cosa que Valtu tocaba.

Llegaron a Forjaz, la ciudad bajo la montaña, hogar de los enanos y de la mejor cerveza de Azeroth.

Salieron del túnel con el paso más apresurado, atravesaron la sala militar y entraron en la plaza en dirección a las puertas de Forjaz.

Junto a la enorme estatua del ancestro enano, en pie al lado de su draco rojo se encontraba Wiiy, un enano chamán que dominaba el arte de los elementos como Valtu, pero había consagrado su estudio a los hechizos ofensivos en lugar de centrarse en las sanaciones o en la lucha cuerpo a cuerpo. Le sacaba  más de 60 años pero se le veía joven como si no tuviese más de 80.

Valtu le saludó desde lejos y se acercó tirando de las riendas del enorme zancudo rosa.

- Wiiy, amigo. ¿Que haces aquí? - Dijo Valtu.

- ¡Hola Valtu! - Saludó sonriendo el enano de larga barba gris - Espero a Riplay y a Astharott que vendrán desde Ventormenta, para ponernos en camino hacia Menethil, debemos encontrarnos allí con Ykarilla para ver cuales son las órdenes. -

- No puedo explicarte mucho aquí Wiiy- Susurró Valtu - Pero Astharott y Riplay no van a venir. No es seguro para nadie de nuestra hermandad andar solo y menos en ventormenta. Astharott está en Uldum, fue a recoger a Masacron y John. Debemos movernos en grupos en la medida de lo posible. Riplay está solo en ventormenta y apuesto a que Blue también.Ve a Ventormenta y dales el aviso, Intentad llegar a Darnassus es la última orden, no uséis el puerto de Ventormenta, está llena de miembros de la hermandad de asesinos y los guardias están comprados. - Suspiró - Ten cuidado amigo.

- No imaginé que se hubiese puesto tan feo este asunto - Contestó Wiiy mientras ponía una mano en el hombro de Valtu - Amigo, no quiero asustarte, pero Nabimia está con Ykarilla... Creo que en su grupo no eran más de cuatro y sabes que la hermandad de asesinos tiene compradas a las tribus de Gnolls de las humedales... Apresúrate -

Montó en su draco rojo y mientras despegaba volando hacia la gran puerta de Forjaz se despidió con la mano.

- Nabimia - Susurró para sí mismo Valtu.

Aseguró la pequeña silla de montar del zancudo. Mientras éste le miraba muy atento contorsionando su largo cuello emplumado

Valtu miró al zancudo a la cara, puso una mano sobre la silla de montar, suspiro de nuevo y murmuró algo ininteligible.

Montó, ajustó las riendas y miró hacia la gran entrada de Forjaz, algunos copos de nieve entraban en la ciudad empujados por la ventisca, podía sentir el aire frío en su cara.

- Demuestra lo que vales amigo, necesito que seas tan bueno como dicen - Le dijo al zancudo mientras acariciaba su cabeza.

- ¡Hia! - Gritó.

El zancudo salió corriendo a gran velocidad, Al tiempo que iniciaba la marcha, vio por el rabillo del ojo dos miembros de la hermandad de asesinos salir tras él montados en fuertes carneros.

Atravesaron la puerta de Forjaz, el aire y la nieve golpearon su rostro, un golpe húmedo y frío.
Valtu se ajustó la capucha y se tapó la cara con la piel de carnero que llevaba al cuello.

Piruleta, su nueva montura, corría increíblemente rápido, en cuestión de segundos bajó toda la cuesta de Forjaz y cogió el camino de Dun Morogh hacía la vieja cantera. Los dos carneros les seguían a gran velocidad. La nieve no es el medio idóneo para un zancudo, pero éste corría como Valtu nunca lo había visto antes. Pensó que debería haberse hecho con un carnero para esta zona. El carnero está adaptado y coge grandes velocidades en nieve, mejor que un zancudo adaptado a tierra y hierba.

Los dos asesinos le ganaban terreno. La maza golpeaba su pierna izquierda a cada zancada del animal, las bolsas tintineaban en su cinturón y el viento ensordecía los sonidos. Aún así podía escuchas las pezuñas de los carneros cada vez más cerca, en este medio estaban en desventaja.
El zancudo seguía corriendo manteniendo una marcha constante, el vaho salía de sus pequeños orificios en el pico, parecía entender la situación, miró atrás y vio los dos carneros, volvió la vista al frente y apuró aún más el paso.

Pasaron la cantera de Gol'Bolar. Dejaron atrás el puesto de Bahrum y continuaron la marcha hacia el paso del norte. Túneles hechos por los enanos para moverse atravesando la montaña sin tener que perder tiempo en rodearla o escalarla.

Llegaron a la entrada del paso del Norte con los carneros pisándoles los talones, una gran entrada de piedra con dos estandartes y en ella la insignia de Forjaz en color rojo sobre fondo blanco. Las banderos se movían de forma violenta sacudidas por el viento. Entraron sin bajar ni un ápice la velocidad. Al entrar de golpe el aire dejó de zumbarle en los oídos y podía escuchar a sus perseguidores con más claridad. Un túnel recto y sin una pizca de nieve, con un suelo de piedra y cada pocos metros una antorcha para iluminar el camino. Era el momento de recuperar la ventaja perdida. Al ser un terreno más propicio el zancudo aceleró aún más la marcha, la cabeza estirada, los ojos fijos al frente. Era una gran montura sin duda, aunque su imagen engañase.

Resonaba el eco de las pisadas del zancudo y se mezclaba con el sonido de las pezuñas de sus perseguidores. Esta vez sonaban claramente cuatro carneros corriendo detrás de él. Cuatro asesinos pegados a él. No sabía si llegaría, ni siquiera sabía si saldría vivo, pero no podía parar.

Que Ykarilla, la segunda al mando de la hermandad, estuviese en peligro era malo pero que Nabimia, la draeney de la que se había enamorado, sufriese daño alguno, era algo que no podría permitir. Tan solo la idea de imaginárselo le daban ganas de darse la vuelta y asesinar a sus perseguidores.

Salieron del túnel, de nuevo la nieve y el viento les golpeó. Atravesaron un pequeño valle entre montañas donde se encontraba la avanzada del norte y continuaron hacia el segundo túnel del paso. La misma entrada con las mismas decoraciones, de nuevo un suelo en el que ganarles terreno.

Veía la luz al final, Loch Modan era la zona a la que saldrían, era un terreno de arenisca, aún haría frío pero no habría nieve a pesar de ser invierno, sin duda podrían sacarles algo de ventaja, empezaba a ver posible el llegar a tiempo, pero debía hacer algo con sus perseguidores, no podía conducirlos hasta Nabimia y los demás.

Atravesó el campo saliéndose del camino por detrás del búnker enano de Algaz y entró en el siguiente túnel que conectaba Dun Algaz con los humedales en cuatro túneles diferentes, atravesando cuatro montañas, interrumpidos por un pequeño espacio al aire libre. Salió del primer túnel y giró hacia el segundo. El zancudo se sentía cómodo en este terreno y había aumentado su velocidad de una forma que Valtu no creía posible. Destapó su rostro y se quitó la capucha, empezaba a sentir el calor pegajoso y mojado de los humedales.

Los objetos de sus bolsas tintineaban como campanitas con el trote. Miró hacia atrás y veía como superaban en velocidad a sus perseguidores.

Salieron del segundo túnel y se dirigían al tercero. Al lado izquierdo de la entrada al tercer túnel había un campamento de orcos del clan Faucedraco, sacó de sus bolsas unas monedas de oro, fue gritando hasta llegar a la entrada del tercer túnel para llamar la atención de los orcos, justo antes de entrar tiró las monedas al aire. Estaba seguro que irían a recogerlas y con suerte chocarían con los asesinos que les perseguían presentándoles una dura batalla y si de verdad los ancestros o los dioses estaban con él, quizá los harían huir.

Salió del tercer túnel con la certeza de conseguirlo. Escuchaba los grillos de los humedales, sentía el calor y empezaba a encontrarse con nubes de mosquitos. Entró en el cuarto túnel. Ya no escuchaba las pisadas de los carneros. El plan había salido bien.

Salió del cuarto túnel directo a los humedales, se dirigió al peritaje de Tallalosas. Un puesto que se dedicaba a recolectar diversos productos en los humedales y llevarlos a Forjaz. Paso obligado para descansar tras atravesar los túneles de Dun Algaz.

Llegó al puesto en cuestión de segundos, bajó rápidamente y metió el zancudo dentro de una tienda grande de lona blanca para esconderlo. Se quitó rápidamente la armadura y salió para toparse de golpe con una enana de gesto rudo que lo esperaba en la entrada de la tienda con los brazos cruzados golpeando el suelo con la punta del pie una y otra vez. Era una enana fornida, bastante alta para su raza, del clan de Forjaz sin duda, con un carácter muy masculino. Forba Tallalosas, una de las principales directoras de la Real Unión de Talladores de piedra, su padre había restaurado las puertas de Forjaz dos veces y también daba la casualidad que era su prima.

- ¿Crees que estás en tu casa enano? ¡Los enanos de las colinas no tenéis respeto alguno por la propiedad ajena! - Le gritó la enana.

Valtu la miró arrugando la nariz.

- Los enanos de Forjaz siempre oléis igual ¿Tienes un lago justo detrás y no te duchas? -

La enana se rió mientras abría los brazos en cruz y caminaba hacia el enano. Le abrazó con energía. Le cogió de los brazos y lo separó mirándolo de arriba abajo.

- Diez años y no has cambiado nada Valtu - Dijo con una sonrisa. - Ven cuéntame que haces por aquí-

Se dio la vuelta y se dirigía a la hoguera que crepitaba en el centro del campamento. Valtu la agarró del brazo y la arrastró dentro de la tienda. El zancudo hurgaba entre las sábanas de la cama arrugando toda la colcha. Forba al entrar se lo quedó mirando fijamente sorprendida. El zancudo al escucharla entrar levanto el cuello con la sábana tapándole la cabeza.

- Pero que clase de bicho has metido en mi tienda - Dijo señalandolo.

- Eso no es importante, escúchame- le interrumpió Valtu cogiendo la mano con la que señalaba a piruleta. Cogío las manos de ella entre las suyas y la miró a los ojos.

- Esto es muy importante y necesito que me escuches bien. ¿Han pasado por aquí miembros de mi hermandad? - Le preguntó.

Forba contempló la cara de preocupación por unos segundos y entendió la gravedad del asunto, Valtu no era alguien que se preocupase por nada. Algo grave pasaba.

- Si, hace un día pasaron cuatro de ellos. Uno era la segunda al mando creo, pasaron de largo, ni siquiera pararon a dejar que sus monturas bebiesen- ¿Que ha pasado Valtu? ¿Que es lo que va tan mal? -

- Nos persiguen, intentan hacer desaparecer nuestra hermandad por unos trabajos que no debimos haber cogido nunca - explicó - Necesito encontrarlos. ¿Que paso tomaron? ¿Lo sabes?-

- Se dirigían hacia Menethil por la ruta principal -

- Bien, Bien. ¿Alguien les perseguía? -

- No, yo no vi a nadie - Contestó Forba nerviosa. Solo cuando se preocupaba afeminaba sus gestos.

- Otra cosa... me persiguen. Si alguien pasa por aquí necesito que me hagáis ganar tiempo -

- No saldrán de este campamento con vida. Avisaré enseguida a mis hombres y estaremos preparados - Su voz cambió súbitamente y se tornó en un tono autoritario.

Valtu soltó sus manos, cogió las riendas del zancudo y lo sacó de la tienda. Forba lo seguía. Lo acercó a la laguna que estaba al borde del campamento y lo puso a beber.
Mientras tanto Forba fue a hablar con sus hombres. Nada más terminar de hablar, uno de ellos salió corriendo hacia la salida del túnel. Era un enano joven, como Valtu, no más de 30 años, del clan barbamarmol por el tipo de adornos tallados en piedra que llevaba en la barba.

El resto empezaron a armarse, entraron en sus tiendas a por sus escudos y hachas.

Forba se acercó a la laguna.

- Te daré algunas pociones y algo de carne seca para el camino - Le dijo mientras ajustaba la ballesta.

- No es necesario, no tardaré en encontrarles-

Un cuerno resonó desde el túnel. Dunlor, el enano barbamarmol se acercaba corriendo con el cuerno en la mano.

- ¡VIENEN!- gritó - oigo sus monturas en el túnel.

- Es el momento de irte - Dijo Forba. Abrazó a Valtu, lo miró unos segundos, sonrío y fue corriendo a parapetarse tras unas cajas.

El resto de los enanos, bajo el mando de Forba cortaron el camino con algunas cajas y esperaron con sus escudos y hachas preparados.

Valtu montó en el zancudo que miraba atento los peces en el fondo de la laguna. Aplastó de una palmada en la nuca un mosquito y arreó al zancudo para que iniciase la marcha. Entró de nuevo en el camino dejando atrás a Forba y al pequeño destacamento de enanos. Comenzaba a anochecer y debía estar atento a las hogueras. En una de ellas estaría su grupo, en las demás si no era cuidadoso podía encontrarse con destacamentos de gnolls que no dudarían en despedazarlo. Los gnolls eran como hienas con forma humana, crueles y avariciosas. Con una codicia sin límite. Además la hermandad de asesinos les habría pagado bien por la cabeza de cualquiera perteneciente a la hermandad de Valtu.

Corrió hasta la arboleda del Guardaverde pero no los encontró allí. Siguió corriendo en su montura a la espera de encontrarlos no muy lejos de la franja verde. La noche tomó Azeroth y aún no los había encontrado. En su cabeza empezó a pensar en Forba, en si Wiiy habría encontrado a Riplay y a Blue en Ventormenta, en si Nabimia estaría bien.

El zancudo se paró en seco y sacó a Valtu de su ensimismamiento. Piruleta estiró el cuello todo lo que pudo y empezó a olfatear el aire como si fuese un perro de caza. De pronto en un movimiento brusco bajó el pico hasta  suelo y empezó a olfatear, caminaba rápidamente a pasos cortos mientras seguía algún rastro.

Tras unos minutos de rastreo, hundió la cabeza en un charco cercano y saco un sapo enorme que engulló en cuestión de segundos.

Valtu recordó que Quincy le dijo que era como un perro, al menos en su cabeza.
Rápidamente busco en sus bolsas una flor que Nabimia le había regalado. Una flor de paz que ella siempre llevaba en el pelo. Sacó un bote pequeño de cristal, dentro se movía una flor blanca con estambres amarillos. Le quitó la tapa y se la acercó al zancudo. Piruleta giró su largo cuello e intentó meter el pico en el bote para comerse la flor.

- ¡NO! ¡NO!  Shhh shhhh ¡No se come! - Valtu alejó el bote. - Se huele, solo huele, encuentra el rastro por favor -

El zancudo miró el bote, se acercó lentamente, cerró los ojos y olisqueó unos segundos. Después estiró el cuello y olfateó el ambiente. De pronto se puso en tensión, abrió mucho los ojos y puso su pico en el suelo de nuevo, empezó a correr de golpe con la cabeza pegada al suelo.
Fue tan repentino que Valtu no tuvo tiempo de agarrarse a las riendas y se cayó rodando del zancudo, se levantó rápidamente y echó a correr tras el animal murmurando toda clase de improperios. Fue persiguiendo su montura durante toda la franja verde de los humedales. Finalmente llegaron al retiro de Whelgar.

Al entrar al retiro, una voz  se dirigió a él en la oscuridad.

- ¡Alto! ¿Quien va?- gritó un guardia.

- Valtu, de los pico tormenta- Continúo avanzando. Tras el guardia había una hoguera y solo podía ver las figuras negras.

Una figura femenina, alta, se acercó hasta la entrada del retiro, formada con troncos, y echó a correr hacia él.
Valtu la miró fijamente y sonrió.

Al llegar hasta él, la figura paró en seco y le abrazó.

Valtu sonrió y rodeó con sus brazos a la draeney hundiendo el rostro en su cuello. Nabimia. Sus miedos empezaban a disiparse. Se separaron del abrazo después de unos segundos y le dio un beso en la frente a Nabimia. caminaron juntos hacia la hoguera. Allí sentados estaban Vauron, Ykarilla, Wiiy y Riplay.

Los gnolls aullaban cerca y los mosquitos no dejaban de molestar pero sabía que al menos esa noche podría dormir tranquilo.

lunes, 19 de marzo de 2012

Crónicas de Hoppe. Arathi.

La lluvia mojaba mi cara, corría por mis mejillas empapando mi larga barba.
Frente a mi, Arathi, una campo de batalla que llevaban disputándose alianza y horda durante años.
Cinco bases con valiosos recursos para ambas facciones.

Había sido reclutado en Ventormenta mientras buscaba posada.
Mis ideales eran honrar a la tierra y la vida, no me incumbía la guerra... pero no podía permitir que mis compañeros avanzasen solos. Así que allí estábamos Argentum, Genra, Masacron, John y yo.

Como me gustaría encontrarme charlando en Darnassus  y no aquí en medio de la nada, sentirme seguro y por todos los ancestros, sentirme seco también. Llevábamos horas parados bajo la lluvia esperando la orden de algún teniente recién salido de la academia.
Habíamos llegado al alba y debía ser mediodía. Todo bajo la lluvia, sobre el barro.

El resoplido de un huargen a mi izquierda me sacó de mis pensamientos. Era Genra, un cazador de extraño acento que llevaba un mastín con él.
A su derecha Argentum un paladín especializado en usar la luz sagrada como fuente de sanación.
Masacron, un chamán enano que usaba el poder de los elementos para potenciar sus hachas y John, un guerrero humano bastante nervioso que rara vez veías lejos de Masacron.

Éramos la primera línea de carga. Al otro lado del campo de batalla sonaban los gritos y golpes de lanzas y escudos.
Detrás de nosotros el ejército de Ventormenta que, como siempre, se valía primero de mercenarios diestros en la batalla para afianzar las bases.
El joven teniente levantó una bandera verde, la horda descendía hacia el valle montando sus lobos, kodos y podridos caballos no muertos. Un macabro espectáculo sin duda.

- Pobres renegados - Murmuré.

 Siempre sentí lástima por ellos, algunos ni siquiera recordaban su vida o su nombre antes de haber muerto y haberse convertido en... eso.
Sin embargo, aún sentían el dolor de su pérdida, de su vida.

Arreamos nuestras monturas y empezamos a desplazarnos a gran velocidad a la primera base, unos establos.
Desde ellos tomaríamos el control de las tres bases más cercanas, la herrería, un aserradero y una mina, todos recursos necesarios. Formaban tres peldaños de una escalera, separadas cada una de la anterior por un acantilado, la más alta el aserrado en el flanco derecho, centrada y un poco más baja la herrería, en el flanco izquierdo y enterrada, la mina.

El punto más alejado y base central de la horda, la granja. Alimento que podría saciar el hambre de la tropa en esta batalla.

Avanzamos a paso ligero, codo con codo, observando cómo la horda avanzaba desde la granja. Subimos el camino irregular que ascendía hasta el aserradero, con cuidado de no caer al acantilado.

Escuchábamos a la horda subir por el lado opuesto, el otro camino a la base, y apretamos el paso para intentar tomar ventaja y ganar terreno.

Una vez arriba nos encontramos cara a cara con la horda, un orco, un no muerto y un enorme tauren que portaba un hacha más grande que Masacron.

Apretamos más el paso forzando las monturas a un galope frenético, era el momento de cargar.
Vencer o morir.

Maza en mano grité mientras corría hacia el enemigo, montado mi tigre, Falamer . En el momento justo del choque una luz cegadora nos envolvió a todos. Un hechizo potente lanzado por Argentum, sin duda.
El poder de la luz sagrada que nos protegía, nos sanaba y nos daba calor.

Aproveché el momento para lanzarme sobre un orco guerrero derribándole de su montura. Fue fácil, había quedado cegado por la luz.
El temible lobo de guerra que montaba se lanzó sobre mí, pero Falamer estaba curtido en muchas batallas y lo embistió atrapando su garganta entre sus dientes.
Rodamos por el suelo embarrado mientras forcejeábamos. No cesaba de llover.

En cuando me puse en pie invoqué el poder de la tierra, sanando a mis compañeros.
Cambié mi forma de elfo por mi forma de oso y me lancé inmediatamente contra el guerrero orco.
Dio un paso atrás y afianzó su enorme escudo, agarrándolo con las dos manos para resistir el embate. Era un escudo rojo, con la forma del símbolo de la horda.

De un golpe el orco cayó de espaldas y su hacha fue a parar lejos, semienterrada en el fango.

Mientras corría hacia él, un gran mastín me adelantó lanzándose a la yugular del orco inmovilizándolo en el suelo, pataleando y manoteando sin poder levantarse mientras un elemental invocado por Masacron lo golpeaba con sus puños de piedra, rompiendo costillas y magullando la carne, varias flechas pasaron rozando mi cabeza, silbando en mi oreja derecha y clavándose en el pecho del orco.

El huargen rió.

Cargaba flechas del carcaj al arco con una velocidad increíble, su rostro de nuevo serio mostraba su concentración y templanza en la batalla, mientras caminaba lentamente hacia el enemigo. Una cicatriz en el ojo izquierdo hacía su mirada aún más fiera.

De pronto una luz iluminó mi pecho, sentía calor, otra cura de Argentum.

Era el momento de comenzar a sanar en serio. Invoqué todas las sanciones que la tierra me permitió, subiendo desde el suelo la misma esencia de la vida.
En susurros comencé a invocar  más sanaciones lanzándolas sobre mis compañeros, Masacron y John castigaban fieramente al tauren paladín, evitando que realizase ninguna cura a sus compañeros. El pícaro no muerto había desparecido.

Mientras el mago, también renegado, el último miembro de la horda en pie, les alcanzaba con sus hechizos.

Fuego y hielo eran invocados contra Masacron y John.

En el momento que el mago comenzó a susurrar un potente hechizo de fuego, una flecha atravesó su cuello silenciando su voz y haciéndolo caer al suelo desplomado. Su cuerpo cayó cerca de Masacron que de un golpe certero en la rodilla del tauren hizo caer al paladín mientras John asestaba el golpe final en su pecho atravesando la armadura.

Habíamos tomado el aserradero, era momento de plantar el estandarte y esperar órdenes.

- ¡¡¡LOS HACEMOS RETROCEDER!!! - Gritó una voz a lo lejos, quizá desde la herrería - PERSEGUIDLES HASTA LA GRANJA -

Los cuernos sonaban.


Tomé las riendas de Falamer que permanecía sobre el cadáver del lobo huargo aunque con una herida en la pata, no parecía grave. Monté y seguí a mis compañeros.

Falamer parecía seguro, así que apreté el paso.

Comenzamos el descenso a la pequeña granja donde resistía fuertemente la horda.

Nos reunimos con el resto de nuestra escuadra frente a la granja y nos organizamos, al frente un muro de escudos, detrás cazadores, brujos y magos.

Avanzábamos despacio aguantando las flechas y hechizos que impactaban en el muro de escudos.

Seguíamos avanzando  mientras la lluvia nos seguía empapando, los pies se hundían en el barro hasta los tobillos, ralentizando aún más la marcha y la ropa sobre la armadura pesaba aún más por el agua.

El enemigo montado, se disponía a cargar, guerreros y paladines se acercaban a nosotros a gran velocidad montados en sus lobos y kodos de guerra.

- ¡Manteneos juntos!- Gritó alguien desde la retaguardia.

Agarramos los escudos, para darles más fuerza y tratar de resistir.
Me puse entre John y Masacron, agarrando el escudo del humano.
Los tres empujando el mismo. La meta, resistir.

Las flechas silbaban sobre nosotros, los hechizos de los magos congelaban los escudos o los calentaban hasta casi obligarnos a soltarlos. Hombro con hombro, al final de cada escudo comenzaba el siguiente escudo, al final de cada hombre comenzaba el siguiente. Un muro de metal y carne que debía resistir el embate que se acercaba.

Su monturas se quedaron paradas de forma brusca, cayendo, rompiéndose patas y lastimándose en la caída, algunos jinetes cayeron al suelo, rodando por el lodo resbaladizo, estaban irremediablemente atorados en el barro. Sus patas se habían hundido súbitamente y la fuerza de la carga se volvió contra ellos.

En teoría, eso ponía las cosas más fáciles. No habría embate que aguantar, se decidiría mano a mano en el barro.

El primero en llegar a nuestro muro de escudos fue un elfo de sangre guerrero que chocó contra el escudo que ayudaba a mantener. Los escudos de la horda empujaban los nuestros con fuerza, intentando abrir una brecha. Sus gritos al otro lado me helaban la sangre, el vaho de sus respiraciones ascendía sobre nosotros mezclándose con el nuestro, se les escuchaba gruñis y gritar a tan solo unos centímetros de mi rostro. Para un humano de estatura media ver lo que había al otro lado de un escudo así, era difícil.
Era un escudo de infantería, pensado para un humano, no para un enano de Forjaz como Masacron.
Para él, dada su estatura era imposible ver nada al otro lado de ese muro de metal.

Empujaba con fuerza, apoyando el costado y la cara en el escudo, resoplaba.

- IRHEM NO MOGORTH- Gritó un orco con la voz algo quebrada por el esfuerzo.

- ¡¡¡RESITID!!! - Gritó Argentum a mi lado, apoyándo sus manos sobre Masacron.

Me agaché poniendo mi rostro a la altura de Masacron, metí la mano bajo el escudo agarrando el canto de mi escudo y el del orco al otro lado.

Miré a Genra, asintió con la cabeza.
Grité y levantó de golpe ambos escudos dejando sin protección al orco que, sorprendido y con los brazos en alto, no pudo reaccionar.
Dos flechas se clavaron en su pecho haciéndolo caer.
Dos pícaros gnomos aprovecharon el hueco en la línea de escudos para entrar difuminados entre las sombras sin ser vistos para llegar a sus sanadores.

Los escudos empezaban a separarse y caer, las armas chocaban entre si, parando golpes que podrían ser letales.

La batalla estaba siendo larga y ambas partes estaban perdiendo sus fuerzas.
Yo me encontraba frente a un elfo de sangre que aún empujaba con fuerza hacia mi, blandía mi bastón intentando hacerle llegar algún golpe por los laterales del escudo o desde arriba, pero no llegaba a alcanzarle.

La punta de los pies del elfo asomaban por debajo del mi escudo empujándonos, ganándonos terreno. Debía mantener la línea en la medida de lo posible sino el resto correría peligro por nuestra culpa, Masacron no podía más y se desplomó. Gritó mientras se levantaba, maza en mano.

Genra disparaba, castigando a sus sanadores al otro lado de la linea de choque. Los picaros atacaban a sus magos y cazadores haciéndolos caer uno a uno. Argentum junto a los demás sanadores lanzaban hechizos a los heridos, Masacron se unió a John y se encontraban en su propio mano a mano contra dos picaros no muertos, espalda con espalda, aguantando sus dagas asestando y recibiendo golpes sin descanso.
No había nadie que pudiese ayudarme y el elfo seguía ganándome terreno centímetro a centímetro. Seguía viendo la puntera de sus botas por debajo del escudo, ¡Yo no sabía manejar escudos!.
Intentaba hundir más mis pies en el barro para conseguir más fuerza, aún así me seguía desplazando.

Rezando a Elune para que mi idea funcionase elevé el enorme escudo todo lo que pude por encima de mis rodillas y esperé que metiese más el pie, en cuando su pierna asomó bajo mi escudo, lo dejé caer con toda la fuerza que pude conseguir.

Sonó un chasquido seco y un fuerte grito al otro lado del escudo, había conseguido romper su tobillo.
Dejé caer el escudo y le pude ver allí tirado en el barro, arropado con su propio escudo rojo y dorado, el emblema de Lunargenta, con la lluvia cayendo sobre su rostro arrugado en una mueca de dolor.

- Que la lluvia limpie nuestros pecados - susurré para mi mismo. Avancé hasta él convirtiéndome en oso y hundí mi enorme zarpa en su cabeza. Sonó un crujido.

Cuando levanté la mirada, al otro lado del vaho que salía de mi boca, solo vi muerte. Los muertos descansaban sobre un suelo de sangre y barro, cadáveres hundiéndose en el lodo. Algunas monturas paseaban sin jinete desorientadas.

Recogí el estandarte de las manos de un elfo de la noche y caminé hacia la granja. Clavé el estandarte en el suelo de un campo lleno de calabazas, ahora pisoteadas y rotas.

El frío había llegado hasta nuestros huesos y el cansancio no nos permitía hablar.
Genra miraba como el cuerpo sin vida de su mastín se hundía en el barro lentamente.

Falamer yacía muerto en el flanco derecho, había caído frente a un Kodo de guerra Tauren.
Masacron maldecía por que había mellado una de sus armas.
John estaba sentado en el suelo recuperando el aliento, con la mirada perdida.
Sus brazos descansaban apoyados en sus piernas.

Una pícara elfa permanecía de pie contemplando el final de esa batalla.

No hay prisioneros, solo cuerpos pisoteados y rotos, sin vida, cubiertos de sangre y barro.

Por el camino de la herrería venían los refuerzos, ejércitos de la alianza con sus armaduras relucientes y sus caballos descansados y limpios.

Caminé hacia Argentum y tropecé con la calavera de un no muerto, sin carne en el rostro y con la mandíbula arrancada. Miré a Argentum.
Y él asintió. Se dio la vuelta y caminó hacia el destacamento que se aproximaba.

Me acerqué a Falamer mientras Argentum hablaba con el capitán de ventormenta, dándole el relevo.

Cuando llegué al lado de noble tigre lo miré un momento, acaricié su cabeza y recé a Elune para que lo acogiesen en su regazo y lo cuidasen. Había sido un gran compañero de batallas, por desgracia esta había sido la última para él.

- Tenemos la granja, tenemos los recursos, todo el valle es nuestro... Pero hoy no siento la gloria.- Murmuré para mi mismo.

Una mano agarró mi hombro.
Me levanté y puse mi mano sobre el hombro de Masacron.

- Es el momento de movernos, volvemos a casa.- Dijo casi sin mover los labios.

Llevaba una espesa barba gris, típica de los enanos de Forjaz. Empapada y desaliñada, ni siquiera podía distinguir su boca.

- Vámonos - contesté.

Masacron echó a andar hacia el resto del grupo que ya habían emprendido la marcha.

Contemplé un momento como el cuerpo de Falamer se hundía en el lodo antes de emprender la marcha.

- Adiós viejo amigo.- Me di la vuelta y comencé a caminar hacia los demás.

Las gotas seguían empapando mi cara, el agua goteaba por mi nariz y por el extremo de las trenzas de mi barba.

El ruido de los soldados descargando cajas de los carros y amartillando barricadas de madera se iba quedando atrás, caminé tras del grupo hasta ponerme a su altura. Al llegar a los establos subimos en un carro, hacia ventormenta.

Dejábamos atrás un cruento campo de batalla.

A lo lejos, los cuernos de la horda volvían a resonar...
Un nuevo destacamento llegaba para retomar el valle.
Ya no nos incumbía. Nuestro contrato había terminado.

El nombre de nuestro gremio ahora sería aún más respetado, seríamos héroes y gozaríamos de fama y prestigio...
Pero yo, un druida elfo instruido para sanar, seguía sin saber donde estaba la gloria.

- Hoppe -

Las crónicas de Valtu. (1ª aventura)

Atravesó el portal de Ventormenta hacia las tierras crepusculares. Una vez más en busca de valiosos minerales y gemas. Aseguró la silla de montar en su grifo Iwym y le aprestó el paso, ese grifo rechoncho siempre necesitaba coger bastante velocidad antes de alzar el vuelo.

Se dirigían hacia el delta del río para comenzar su búsqueda, como cada mañana, la batalla continuaba bajo ellos  frente al bastión de Bancalto, la horda estaba ganando terreno. Estaba convencido que pronto empezarían a reclutar en las principales ciudades para continuar con la lucha en estas tierras.

Una fuerte ráfaga de aire hizo tambalearse a Iwym y obligó a Valtu a aferrarse más fuerte a las riendas sacándolo de sus pensamientos.
Ya estaban llegando al delta del río.

Los elementales de agua plagaban la zona, incluso más que la mañana anterior.

El grifo vio una mena y se dirigió a ella como era costumbre.

Aterrizó lentamente y recogió las alas para que el pequeño enano pudiese bajar.
Valtu descendió de su lomo y bajo sus bolsas con las herramientas, desenganchándolas de la silla de montar. Se acercó a la mena e hincó una rodilla en tierra para analizarla más de cerca.

Cogió su estilete, un pequeño martillo y un pequeño pico. Empezó a buscar grietas para abrir la roca de elementium y encontrar alguna mena que le sirviese.

En un rato ya había sacado unas seis menas de aquella veta y no quedaba nada más que fuese utilizable. Ató las alforjas y las bolsas de herramientas en la silla de Iwym, montó y continuaron el vuelo.

Tras unos minutos de vuelo y unas cuantas menas más se dio cuenta que se acercaban a la entrada de la peligrosa mazmorra de Grim Batol, allí dentro todo eran laberintos de roca, una ciudad sumergida llena de súbditos crepusculares y malolientes troggs de roca.

Hacía tiempo, había luchado en esas salas bajo tierra y aunque el resultado fue positivo, se perdieron muchas vidas.

Nunca volvería bajo tierra. Eso era algo que tenía muy claro.
Era un enano de las colinas, el único techo que necesitaba era el cielo.

De nuevo Iwym detectó una mena entre las rocas frente a Grim Batol y empezó a descender.

Nada más desmontar, Valtu analizó la zona alrededor de la mena... Todo estaba quemado.

-Sin duda dragones crepusculares...- murmuró para sí mismo.

Analizó la mena, esta vez el mineral era pirita...
Merecía la pena arriesgarse.

Invocó un elemental de tierra para que hiciese guardia mientras él se arrodillaba frente al cúmulo de mineral. Empezó a golpear levemente, con delicadeza, hacer mucho ruido no era buena idea, podría atraer a la mismísima muerte.

Metió la cuña en una pequeña abertura y empezó a golpear desprendiendo trocitos de mineral.
De pronto le faltó la luz.
Una enorme sombra había tapado el sol y Valtu temía lo peor.
Iwym erizó sus plumas, el enorme elemental de tierra se irguió  mirando aquella enorme bestia...

Era un dragón, un dragón crepuscular. Su tamaño era unas cinco veces el de Iwym, cubierto de millones de pequeñas escamas de color morado oscuro, mate.
No reflejaban la luz, parecían absorberla.
La mismísima sombra de la muerte.

Rápidamente evaluó la situación.
Demasiado tarde para tratar de montar y escapar.

Invocó otro otro tótem, vinculado a un elemental, esta vez de fuego.
Iba a ser una dura batalla, era un chamán pero se había especializado en sanar, sus hechizos ofensivos no eran muy potentes.
Dudaba si saldría victorioso.

Ajustó su escudo y preparó su maza atándola a su muñeca.
No iba a ponérselo fácil a aquella lagartija con alas.

- SOY UN ENANO DE LAS COLINAS - le gritó al dragón - ¡¡¡HACEN FALTA VARIOS COMO TÚ PARA ACABAR CON UN MARTILLO SALVAJE!!!-

El dragón chilló y descendió, se posó frente a él.
Valtu miró fijamente sus ojos negros. Ambos estaban en tensión, tanteándose.

De pronto Iwym chilló bajando la cabeza y arqueando la espalda, de forma amenazante. Con sus plumas erizadas parecía el doble de grueso de lo que era en realidad.

El dragón bajó la cabeza, recogió las alas y empezó a correr hacia Valtu mientras soltaba un fuerte rugido.
Era el momento, ahora veríamos si un simple sanador sería capaz de vencer a semejante criatura.

Gritando, Valtu corrió hacia el dragón con la maza en alto y el escudo frente a él, escoltado por sus dos elementales.
Mientras Iwym alzó el vuelo y se lanzó en picado contra el dragón.

Ambos se acercaban acortando la distancia a gran velocidad, llegado el choque Iwym atacó la cabeza de la bestia agarrándose a su morro intentando atrapar las mandíbulas inferiores con sus garras traseras para evitar que abriese la boca.

Picaba y arañaba toda su cara causando graves heridas.

El enorme elemental de tierra agarró al dragón por uno de los cuernos forzándolo a descender la cabeza hasta el suelo, mientras el elemental de fuego golpeaba al dragón con sus garras, rasgando y quemando.

Valtu invocaba rayos entre golpe y golpe.
Escondiéndose tras el escudo con cada golpe de sus garras. De pronto, el dragón se liberó de Iwym lanzándolo lejos, su garra aplastó el elemental de fuego como si fuese una pelota que se desinfla.
No consiguió zafarse del elemental de tierra que aún lo mantenía sujeto, con la cabeza torcida y chillando.

Su boca estaba libre y podía lanzar una ráfaga de fuego en cualquier momento.

Posiblemente aquí iba a terminar todo, el siguiente hechizo no estaría a tiempo o no sería lo suficientemente potente. Iwym volvió a la carga atacando esta vez las alas y la espalda.

Pero ya daba igual, todo estaba perdido, el dragón abría ya su boca y estaba a punto de expulsar su fuego.

Valtu se protegió tras el escudo de nuevo, esperando que fuese suficiente.

El grito de un grifo le hizo asomarse desde detrás del escudo, ¡ese no había sido Iwym!

Era un grifo marrón, un grifo de Forjaz, de los enanos bajo la montaña... Pero ¿quién?

Dos siluetas se acercaban corriendo, gritando y riéndose escandalosamente desde el flanco izquierdo.

El guerrero humano cargó con su escudo sobre el dragón cerrando su hocico con un fuerte golpe en el mentón, mientras el pequeño enano saltaba sobre su lomo con dos hachas y lo golpeaba en la cabeza con tremenda rapidez.
Era el momento de darle la vuelta a ese combate.

Valtu invocó nuevos tótems que lo ayudarían a canalizar las corrientes mágicas de sanación.

Las heridas del grupo se cerraban, los golpes se mitigaban. El dragón estaba perdido.

En un grito agudo la enorme bestia se desplomó en el suelo, cubierto de sangre oscura y densa que burbujeaba.
El elemental de tierra miró a Valtu y desapareció lentamente fundiéndose de nuevo con la tierra de la que había salido.

Iwym alzó al vuelo junto al grifo marrón.
El chamán enano y el guerrero humano se acercaban a Valtu cubiertos de la oscura sangre.

Eran sin duda una pareja curiosa.
Curiosa y bastante escandalosa.. John, el guerrero, maldecía echando pestes por la boca, mientras caminaba y trataba de sacudirse la pegajosa sangre.
El enano, Masacron aún reía. No había dejado de reír como loco durante todo el combate.

Como se alegraba de verlos. Pertenecían a la misma hermandad, eran compañeros desde hacía tiempo y habían salido victoriosos de múltiples batallas.

Valtu empezó a reír de pronto, también John y Masacron.
La alegría les había invadido de pronto. La alegría de estar vivos.


Esto había que celebrarlo claro, con una buena cerveza enana.




viernes, 16 de marzo de 2012

Botellas. (Parte I)

"Esperó en el puente durante horas. El viento era frío y húmedo. Chocaba contra su cara con fuerza. Subió su cremallera hasta la barbilla, hundiendo después su rostro hasta la nariz en la holgura del cuello.
Los codos apoyados en la barandilla, mirando el río, las manos colgando en el vacío. La mano que sujetaba el ramo de rosas estaba fría y entumecida. Soltó un suspiro y soltó lentamente las rosas.
Cayeron al agua sin hacer ruido y se desplazaron apaciblemente, meciéndose con la corriente. Miró el reloj, ya llevaba horas allí parado. Suspiró de nuevo y decidió volver caminando a casa. Ella nunca apareció.

De camino a casa todo le parecía triste, las calles oscuras y mal iluminadas de la ciudad, la carretera húmeda, los coches lentos y pesados que circulaban por esa superficie mal pavimentada...

Hasta los escaparates de juguetes le parecían algo melancólicos, con todos esos muñecos mirándole inmóviles con su expresión triste. La vieja farola de la esquina donde se encuentra su bar preferido titilaba, como siempre, como si de luciérnagas se valiese para iluminar.

Se paró frente al viejo bar irlandés.
Contempló la puerta de madera, tosca y pesada y decidió no entrar. El viejo dueño del bar, un anciano menudo llamado Budd sabía de su cita y no quiso enfrentarse a su curiosidad. No quería ver a nadie, así que siguió caminando hasta salir de la zona de edificios altos y entrar en su barrio, de casas bajas.

Las vallas de su calle estaban todas rotas y deterioradas, los jardincitos delanteros yermos. Algunos árboles eran la única vegetación que quedaba antes de llegar a su casa. El único jardín de toda la calle que tenía plantas vivas.

Vivía en un barrio oscuro, como todo en su ciudad. También mal iluminado, como el resto. Apenas veía a sus vecinos. De hecho, no estaba seguro de tener vecinos.

Una silueta esperaba frente a su casa. Era una mujer. Su abrigo rojo se movía con el aire y su pelo, también de un rojo fuego, ondeaba suavemente, como siendo peinado por la mano invisible del viento.

Era ella, sin duda. Podría reconocer su silueta a kilómetros si hiciese falta. Sus ojos no dejaron de mirarla mientras se acercaba. Su corazón latía más rápido y fuerte, su cara trataba de guardar la compostura y sus pies titubearon un poco, como esas veces en que sabes que alguien te mira y se te olvida cómo andar.

Llegó frente a ella. Pero no levantó la vista. La dejó clavada en la punta de sus botas. Esperando.


Ella solo le miraba. El pelo, la frente, sus ojos detrás de esas gafas pequeñas de color azul, algo infantiles. Deseaba abrazarle pero no era el momento, además, su cuerpo no respondería, estaba demasiado entumecida.


La boca de Opie dejó de ser controlada y habló desde detrás del cuello del abrigo, a través de la cremallera las palabras salieron rápido casi atropellándose unas a otras.


- Te esperé 4 horas y no apareciste. – Aún seguía con la vista puesta en el suelo. La movía de la punta de sus botas a la punta de los zapatos de ella.

- Lo siento.- Dijo Ary, con un tono triste tintado de culpa.
- Ya...-
- ¿Guardaste mis rosas?- Preguntó tímidamente Ary.
- No.-
- ¿Que hiciste con ellas?- Opie odiaba que Ary pusiese ese tono inocente de niña cuando estaba enfadado con ella.
- Tirarlas al río.-"

Miró las hojas escritas, cada fila de pequeñas hormigas negras, perfectamente alineadas, cargaban sus palabras.

Suspiró, como asegurando a la habitación vacía, que no estaba del todo seguro de que esto funcionase... Soltó el bolígrafo y tomó las hojas, como echando un último vistazo, sin leer nada de lo que había escrito.
Las alineó con un par de golpecitos, “pat, pat” y las enrolló en un fino canutillo.
Cogió la botella del escritorio e introdujo el tubo de hojas dentro.

Puso el tapón de corcho y lo golpeó un par de veces, ajustándolo.

Suspiró de nuevo, se levantó del asiento y cogió el abrigo del respaldo del sofá de oficina en el que se sentaba a escribir.
Se acercó al perchero y cogió su viejo sombrero, mientras atravesaba el despacho se lo caló, ladeándolo levemente, como a Ary le gustaba.

Abrió la puerta y salió de la oficina, parándose un instante en el pasillo antes de tomar ninguna dirección.

Sacó un cigarro, se lo llevó a los labios, inclinando la cabeza, acercándola al encendedor con los ojos entrecerrados. Una vez encendido levantó la cabeza, miró al techo, mientras guardaba el encendedor en un bolsillo y sobre el otro se posaba su mano derecha, sobre la botella de vidrio con su mensaje dentro.

- Loqueros...- Murmuró para si.

Giró sus pies y empezó a caminar despacio por el pasillo hacia las escaleras.
Se sentía absurdo, pero quizá funcionase el sistema que le había propuesto el psiquiatra. Contar su historia, dos hojas cada vez, meterlas en la botella y dejarlas caer al mar.
Como si hiciese físico el acto de deshacerse del peso que le oprimía el pecho.

Bajó las escaleras entre caladas de cigarro. Salió a la calle y puso rumbo calle arriba. Caminó hasta salir del pueblo, se alejó, camino del mar que rugía a lo lejos.
Se apartó del camino, entrando en el campo y siguió hasta llegar al acantilado.

La hierba corta y húmeda, dejaba pequeñas gotas en sus zapatos.

Una vez en el borde, acarició de nuevo la botella que sobresalía del bolsillo del abrigo.

- Deshacerme del peso... – murmuró.
Tiro del cuello de la botella, sacándola del bolsillo. La sostuvo en su mano, mirándola. Permaneció en esa postura por un momento, como si repasase cada palabra que había escrito y ahora iba a viajar dentro de esa botella.

El cigarro ya apagado, aún entre los labios, el abrigo largo mecido por la brisa del mar, la otra mano metida en el bolsillo...
Finalmente suspiró de nuevo, sacó la mano del bolsillo, agarró la colilla de entre sus labios  y lanzó la botella al mar.

- Hum. No me siento más ligero.- Las comisuras de sus labios se arquearon ligeramente, como esbozando una media sonrisa. 

El Lado Oscuro (Parte 3)

Volví por donde había venido, una cabina, dos cabinas, tercera cabina y me levanté. Lo bueno de la última cabina es que tenia una pequeña ventana por donde me tocaba escapar. Abrí muy despacio y esperé a que el agente quisiese comprobar porqué su detenido tardaba tanto. En un par de minutos llamó a la puerta de la cabina. Después abrió, cuando se agachó para socorrer a lo que quedaba del asesino me agarré a la ventana y salí.
Desde el alfeizar no había mucha distancia al suelo solo era un primero. Salté a un pequeño jardín que había justo debajo, gracias al jardinero y sus montones de hojas la caída fue menos dolorosa de lo que parecía.
Estaba perfectamente. Los tobillos se resentían un poco pero nada grave. Podía correr. Corrí hasta el final de la calle sorteando gente. Sorprendidos se apartaban o se asustaban a mi paso.
No era normal un tipo vestido de negro con un pasamontañas huyendo a esa velocidad.
Giré a la izquierda en la primera esquina, hacia las obras. Me acerque al camión de cemento y eché allí dentro el pasamontañas y el cable, cuando rellenasen el suelo del edificio las pruebas quedarían atrapadas para siempre allí. Crucé la calle y monté en mi coche. Marcha atrás medio metro, girando todo a derecha y metemos primera. Varios coches patrulla pasaban por la calle a la que tenia que incorporarme. Paso de cebra. Una anciana cruzaba.
Mi amor ya nunca llegaría a ser una anciana, por la demencia de ese asesino. Pero ese asesino tampoco cumpliría ni un día más.
Intermitente, ceda el paso, giro a la derecha.
Conduje día y noche hacia el norte, hacia la playa. De vez en cuando ella aparecía en mi mente. Mis ojos se humedecían y la carretera se volvía borrosa.
Desechaba esos pensamientos no quería tener un accidente... Necesitaba llegar hasta la playa.
A ella siempre le encantó la playa, yo nunca la he soportado. En aquella playa quería estar en este momento... con ella.
Ya nunca podría llevarla allí, ni ver cómo se bañaba, como era feliz.
Me la había quitado dos veces. A la segunda había muerto.
Sé que el dicho es a la tercera pero yo siempre he tenido prisa.
Paseé por la playa hasta dejar atrás la arena y subí por los acantilados. Era otoño así que la playa no tenia gente ni ese aspecto veraniego que nos enseñan en televisión.
El camino hasta la cima era inclinado, trabajoso, jadeaba.
El acantilado estaba húmedo. Las olas rompían con fuerza y el aire llevaba las gotas de agua hasta mi cara.
El agua salada del mar se mezclaba con mis lágrimas.
Me acerqué al borde.
En mi mente ella me sonreía. Incluso me pareció oír su voz, su risa. Incluso sentí el sabor de sus besos de nuevo. Tenia la cara empapada y del pelo me caía agua que recorría mis mejillas hasta gotear por la barbilla y la nariz. Había empezado a llover y no me había dado cuenta.
Las olas rompían aun con más fuerza. El cielo estaba nublado, todo era gris.
Me quité las botas y los calcetines. Pisaba la poca hierba que había, fresca, mojada. De mis labios salió un “te quiero”.
Abrí los brazos, en cruz.
Sentía el viento en mi cara, lo sentía chocar contra mi pecho, juguetear en mi camisa desabrochada, enfriando mi cuerpo. Me quité los guantes de cuero que aún permanecían puestos. Quería sentir el viento en cada parte de mi cuerpo.
Los tiré al mar. Volví a poner los brazos en cruz.
Las palmas de cara a la dirección del viento.
No sentía nada.
Ya no sentía dolor ni miedo.
Simplemente estaba vacío.
Una pobre carcasa de algo vivo...
Solo me quedaba el amor por ella.
Di un paso más, los dedos de mis pies estaban en el aire. Estaban empapados, fríos.
Recordé como calentaba sus pies en mi estómago bajo la camiseta cuando llovía y los tenia muy fríos. Recordaba como sus manos se metían bajo mi ropa cuando paseábamos juntos. La de veces que cogí frío por permitirle hacer eso... La amaba con locura.
Le grité a Dios preguntandole qué le había hecho para que pasase esto.
Allí solo, llorando descalzo y empapado, gritando a un Dios que parecía haberme dado la espalda.
Pronto se lo preguntaría. Antes de ir al infierno por incumplir el quinto mandamiento.
Me sentía como una lágrima sin rostro que mojar. No tenia motivos para vivir.
En ese momento pensé que había sido una idiotez deshacerme del cable y el pasamontañas... total, a donde voy las pruebas no sirven.
Di el último paso y mi cuerpo se precipitó al vacío.
Dicen que cuando vas a morir ves tu vida en un minuto.
Es mentira. Solo ves aquello que has amado y que realmente te hizo feliz.
Yo la veía a ella...

El Lado Oscuro (Parte 2)

(Continúo con este trocito para que os entretengais, aun queda el final)
Dos días más tarde en el juzgado, él entraba acompañado por dos policías uniformados. Y yo llevaba esperando eso dos horas.
Habló con uno de los policías y se disponía a ir al baño. Yo también iría al baño...
Cuando él entró yo estaba en la última cabina subido a la taza para que no se me viesen los pies. Un agente fuera y otro dentro con él. Eso era más difícil, pero lo haría. Lo había jurado. Entró en una de las cabinas. Solo tenia que atravesar dos cabinas para llegar hasta él. Pero debía hacerlo por el suelo para que el agente no pudiese verme en los espejos que había frente a las tazas. Bajé al suelo y me tumbé boca arriba. Empecé a reptar por el suelo impulsándome con las piernas. Despacio. Una cabina. La segunda cabina. Asomé la cabeza a la tercera. Estaba mirando al techo mientras meaba.
Me lo estaba poniendo muy fácil.
Saqué todo el cuerpo y empecé a levantarme sin hacer ningún movimiento brusco. El cable estaba en mis manos tensándose. El pasamontañas empañaba ligeramente mis gafas pero no importaba. Dos vueltas de cable en cada mano impedirían que se me escapase o se resbalase.
En un par de movimientos rápidos di dos vueltas de cable a su cuello. Estaba sentenciado.
Cogí sus piernas entre las mías y lo bajé despacio al suelo. Sus manos intentaban coger el cable de metal, pero era demasiado fino para que pudiese cogerlo además estaba desgarrando un poco la piel y se había metido en los surcos de las heridas que había hecho por la presión. Sus uñas desgarraban su propia carne intentando atrapar el cable.
Bajó las manos esposadas y ya no pudo hacer más. Las piernas inmovilizadas por mi peso y las manos bajo su propio cuerpo. Mis codos apoyados en sus omoplatos para que no se moviera.
Tirando.
Aflojé un poco porque la sangre estaba a punto de salir por debajo de la puerta de la cabina. Si esto pasaba el agente se daría cuenta.
Habia manchado mis guantes de sangre... los notaba calientes, húmedos.
no se escuchó ni un ruido. El asesino había muerto, ironías de la vida.
Mi venganza estaba completa y ahora yo era el asesino.
Siguiente objetivo: salir de allí.

El Lado Oscuro (Parte 1)

Aquella tarde la policía había llegado a mi casa, me detuvieron sin informarme de por qué, solo leyeron mis derechos mientras me sacaban a empujones y me metían en un furgón.

Más tarde, en comisaría, la sala de interrogatorios me esperaba.

Hasta ese momento solo sabia que era sospechoso de algo pero no sabia de qué.
Entró el inspector.

Informes sobre la mesa.

- ¿Sabes porque estás aquí?-

Negué con la cabeza.
El Policía se inclinó al otro lado de la mesa, con ambas manos apoyadas en el frío metal, me miró a los ojos.
Solo podía pensar que las esposas me hacían daño, estaba sudando.

- ¿Qué hizo ayer, entre las diez y las doce de la noche?

Siempre pensé que esta pregunta no sabría responderla.
Cada vez que veía una película policíaca, me preguntaba a mí mismo si sería capaz responder si me la hiciesen en serio.
Normalmente ni me acuerdo que comí el día anterior.

La voz me tembló

– Yo... - Carraspeé. - Estuve en casa –

- ¿Puede alguien confirmar que se encontraba en su domicilio? – Dijo el inspector, levantando la ceja izquierda.

Es curioso yo solo sé levantar la ceja derecha.

- Nadie, que yo sepa. - Contesté.

- Ya... - miró los papeles y sacó unas fotos de la carpeta. Las tiró una a una sobre la mesa.

- ¿Conoce usted a esta persona?-

Me asomé a las fotos y mi cuerpo se rompió en mil pedazos al ver el contenido.

Era ella. El amor de mi vida.

Me había dejado por otra persona tan solo unos días atrás, después de mantener una relación estable durante casi siete años...

Mi mundo se derrumbó de nuevo, mi corazón se aceleró y empecé a temblar.

Mis ojos se inundaron y las lágrimas empezaron a caer por mis mejillas.

En las fotos ella estaba en el suelo, tumbada sobre una gran mancha de sangre. Su sangre.

La cara destrozada y llena de moratones por todo el cuerpo.
El mismo cuerpo que tan feliz me había echo días antes.
Sus labios estaban hinchados y destrozados, con un color morado, casi negro.
Esos labios... durante estos últimos días había añorado esos labios cada hora, cada segundo...

Ella era mi vida y por segunda vez se había ido, esta vez para siempre.

El dolor en el pecho se hacía insoportable y me deslicé de la silla al suelo. ¿Taquicardias de nuevo?
Pensé que lo mejor era tumbarme porque aquello no eran solo taquicardias, era otro ataque de ansiedad.

- ¿Se encuentra bien? –

¿Cómo voy a encontrarme bien idiota?,
Este policía parecía estúpido, aunque lo pensé mientras me agarraba el pecho con ambas manos esposadas,  no dije nada.

Asentí con la cabeza mientras intentaba respirar hondo.

Las esposas empezaban a marcarme las muñecas.

Retiró las fotos de la mesa y las metió en la carpeta de nuevo. Era lo mejor, solo había visto una y casi me cuesta la vida.

El dolor era más intenso, punzante.

En ese momento entró otro agente, de uniforme, miró al inspector y movió la cabeza en un gesto que le invitaba a salir para decirle algo.

- Llamen a una ambulancia para el chico- Me miró con desdén – pero que dos agentes vayan con el en todo momento- .

El policía de uniforme entró en la sala y me ayudó a levantarme, que inconsciente, si fuese un asesino habría tenido tiempo de quitarle la pistola, la porra y hasta el carnet de identidad.

Fuera alguien le decía al inspector que habían encontrado restos de ADN bajo las uñas de la victima.
¿La victima? Que falta de respeto hacia alguien tan importante en mi vida.

Ya sabían quien era, lo traían en ese momento.

Me sacaron de allí despacio. Estaba mejor.
El agente de uniforme no se separaba de mí y me ayudaba a caminar.
Como a un anciano.
Sujetándome del brazo derecho.

Por el otro lado del pasillo llegaba el  "sospechoso", aquel que me lo había arrebatado todo...

Mi odio empezó a aumentar y mi pecho empezó a sentirse mejor.
Era el tipo con el que ella se había ido.

Mi mente estaba pensando en lanzarse sobre él y asesinarle allí mismo, en medio del pasillo.
Mientras mi mente lo pensaba, mi cuerpo ya estaba abalanzándose sobre él, lo tenia agarrado por el cuello, contra la pared.

No salían palabras de mi boca, solo una mirada de odio penetrante, los dientes apretados y la sed de venganza.

Siempre fui una persona tranquila, pero en ese momento, me dominaba el lado oscuro que cada persona tiene dentro, el asesino que todos intentamos ocultar.

Aunque algunas personas no lo ocultan, como ese paria que estaba estrangulando. Empezaba a ponerse de un ligero color azul.

Las porras de los policías me golpeaban piernas y espalda, más policías uniformados venían por el pasillo, tiraban de mí, me golpeaban.

En ese momento no había dolor físico, no sentía.

Solo el vacío dentro de mí.
Caímos al suelo pero no separé mis manos de su cuello, me miraba con los ojos muy abiertos empujando mi cuerpo con sus manos esposadas.

No conseguiría nada. A pesar de ser pequeño tenia fuerza suficiente para acabar con ese desgraciado.
Finalmente, consiguieron separarme.

Después de eso al calabozo a través del pasillo gris.
Dos metros por dos metros de cemento y hierro.

Un banco y una almohada maloliente. Iba a pasar allí la noche. Al menos ya no tenia las esposas.

¿Por qué me mantenían allí si tenían al culpable?

Esa noche entre las lágrimas que empapaban la almohada juré que ese hombre moriría.

Todo era tan perfecto si ella estaba.

No podía dormir desde el día en que me dejó. Así que una noche más no era nada para mi.

Pensé en cada cosa que compartimos juntos.
En cada uno de sus gestos, su mirada, como sonreía antes de besarme.
Cada detalle de ella era tan nítido en mi cabeza que llegaba a doler.
Tras una noche llorando me dolía la cabeza.

Llegaron a mi celda con las primeras luces del día.
Al parecer el tipo había confesado.

Me podía ir de allí cuando quisiera.

Me iría, si, me iría pero solo por ahora, porque no iba a dejar a ese tipo vivo.

Me lo había jurado a mi mismo. Y si no cumples lo que te juras a ti mismo ¿que clase de hombre eres?
Un coche patrulla me llevó hasta el tanatorio. Aunque yo había pedido ese destino, no entré, no tenia fuerzas suficientes.

Cogí el primer autobús que pasó.
Pensando. Fui a todos lados y a ningún lugar montado en ese autobús.

Solo podía pensar en ella.
Un periódico estaba en el asiento de al lado.
Lo cogí, en primera página la foto de mi víctima. Cuanto lo odiaba.
Debajo en negrita ponía “no quería que pasara eso, empezó como un juego que se me fue de las manos”

- ¿Un juego? Así que un juego. Tú y yo si que jugaremos a un juego amigo.- Mi mente empezaba a trabajar rápidamente.

Al bajarme del autobús ya sabia donde y como lo haría...

(y aquí os dejo con la intriga... más el próximo día...)